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La Armonía del Hogar Cristiano

Hoy, muchos en Panamá están reunidos en la casa de sus padres, celebrando a sus madres en su día. Haciendo una breve investigación encontré que en Panama se honró a las madres por primera vez el 11 de mayo de 1924, siendo establecido este día en una reunión del Club Rotario de Panamá. Seis años después, se cambió por petición de la entonces primera dama, Hercilia de Arosemena, junto a distinguidas damas de la sociedad, para hacerlo un día de Fiesta Nacional, aprovechando la ocasión de ser el día de la “Inmaculada Concepción”, 8 de diciembre[1].

Brevemente podemos notar que el inicio de esta celebración no fue de índole religiosa. Se alteró por un grupo de personas para darle ese sentido. Sea en mayo, en agosto, o en diciembre, lo que es cierto para los Cristianos es como lo escrito por el apóstol Pablo, “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa” (Efesios 6:1-2). No solamente un día al año, sino todos los días de nuestras vidas. No hay nada malo en honrar a nuestras madres en un día en particular, más si lo hay en querer hacerlo algo religioso, ya que en ningún pasaje bíblico se nos comanda a hacerlo.

Hoy estamos aquí reunidos, no para celebrar el día de la madre en sí, sino para exhortar a la armonía en el hogar Cristiano. Se ha preguntado ¿cuántas veces aparece la palabra “armonía” en la Biblia, particularmente la versión Reina Valera de 1960, que es la que más utilizamos? Se sorprenderá en saber que solamente aparece una vez, y quizás muchos conocen el pasaje en que es citada,

“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! [énfasis añadido, MR]” (Salmo 133:1).

De acuerdo con la Real Academia Española, muchos de los significados de la palabra armonía son en referencia a la música, a los acordes de la misma. Sin embargo, una de las definiciones dadas es, “Amistad y buena correspondencia entre personas.”[2]

Cuando vamos al idioma Hebreo, y hacemos un estudio de la palabra traducida como “armonía” en el pasaje anterior, encontramos que esta palabra significa “propiamente una unidad, unidamente”[3]. W. E. Vine da una definición más detallada, y un breve extracto dice “«juntos; parecido; a la misma vez; todos juntos» … se encuentra unas 46 veces durante todos los periodos del hebreo bíblico”[4].

Teniendo todo lo estudiado brevemente en este espacio, podemos entonces comprender que es lo que el rey David expone en ese corto salmo. Ciertamente es grato el habitar, el compartir, el ser la comunidad que somos en la iglesia, el cuerpo del Señor, como hermanos juntos en unidad.

¿Cómo podemos desarrollar o continuar esa unidad en nuestros hogares? Esa es la pregunta que responderemos a continuación, utilizando como texto base lo escrito por el apóstol Pablo a los hermanos en Colosas.

“Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten” (Colosenses 3:18-21).

Tres elementos fundamentales del hogar son citados en este pasaje, y analizaremos cada uno de ellos en búsqueda de la armonía en el hogar Cristiano.

Las Casadas Deben Estar Sujetas.

Prestemos atención a lo que debe estar sujeta una esposa. No es a la casa, a un árbol, o a la billetera de su esposo, es a Él. Esto no quiere decir que deben estar pegadas al punto de que no se le separan ni un segundo al pobre hombre. Los hombres necesitamos trabajar, y proveer para nuestras familias, este es un mandamiento bíblico básico (1 Timoteo 5:8), pero ¿cómo podemos hacerlo si nuestras esposas no nos dejan hacerlo? Puede ser que usted, mi amada hermana, no este metida en el lugar de trabajo de su esposo, pero esta metida todo el día en el celular “investigándolo”, “llamándolo”, “acechándolo”. Las esposas deben confiar en sus maridos, y sus maridos ganarse esa confianza. Muchas parejas se destruyen por falta de confianza. Muchos hombres caen en la infidelidad porque sus mujeres prácticamente los empujan a ello por tanto reclamo y desconfianza. Sin embargo, el apóstol Pablo no está hablando de ese tipo de sujeción.

La sujeción de la que escribe el apóstol tiene que ver con el respeto y obediencia que la mujer debe a su esposo. Ojo, no dice que debe estar sujeta a todos los hombres, solamente a su marido. Esto no da lugar a que el marido la maltrate, estudiaremos con más detalles sobre esto luego. En ningún momento la Palabra de Dios se refiere a la mujer como inferior al hombre. ¿Alguna vez ha estado detenido(a) en un embotellamiento vehicular causado por un oficial que esta controlando el tráfico y no le permite pasar? ¿Cuál es su actitud? ¿Le pita al oficial? ¿Le grita obscenidades? ¿Le pasa por encima? Un Cristiano comprende que, en base al respeto a las autoridades (ver Romanos 13), en ese momento, ese oficial es la autoridad, y como tal, se le debe respeto y se espera hasta que se le autorice el paso. No se trata de que el oficial de tránsito sea superior a uno, o que uno sea inferior a él. Se trata de que, en ese momento y situación, él tiene autoridad para llevar a cabo lo que hace, y por ende le respetamos y obedecemos, voluntariamente.

Esto es lo que Pablo dice cuando escribe que las mujeres deben estar sujetas a sus maridos. Las mujeres no son inferiores, tampoco son superiores, están al mismo nivel que sus maridos, pero, deben comprender que deben sujetarse voluntariamente, tomando el rol subordinado en el hogar, permitiendo que sean sus maridos quienes dirigen el hogar. Si, puede que algunos de nosotros no sepamos usar la lavadora, o no perdamos la costumbre de dejar la ropa tirada en el baño, y efectivamente nos merecemos un regaño por parte de nuestras esposas por no hacerlo. Sin embargo, cuando se trata del bienestar de la familia, tanto económico como espiritual, la batuta la lleva el marido. La decisión que él tome se debe respetar, y se debe llevar a cabo.

Unas palabras de vital importancia en este pasaje son las siguientes, “como conviene en el Señor”. La mujer debe ser sumisa a su marido comprendiendo que la decisión “conviene en el Señor”, es decir, es lo que es correcto hacer. Recordemos que la mujer fue creada como ayuda idónea (Génesis 2:18), no como adorno o algo que podemos disponer a nuestro antojo. Recordemos que “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29), y si lo que el marido le ordena a su esposa hacer no “conviene en el Señor”, ella está en libertad de hacerle saber que Dios está primero que él. Cuando la mujer mantiene el enfoque de su rol en el hogar trae, sin duda alguna, armonía en su hogar.

Los Maridos Deben Amar.

Leamos brevemente otro pasaje por el mismo escritor,

“Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella … Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido” (Efesios 5:24-25, 33).

¿Puede citar o mencionar algún pasaje bíblico que afirma que “la mujer debe amar a su esposo”? Como tal, este mandamiento no está dado en ninguna parte de la Palabra de Dios. Son pocas las mujeres que no aman a sus esposos, y si no lo hacen, es porque alguien más está en sus cabezas. El amor es algo innato en las mujeres, sino fuese así, ¿cómo soportarían todo lo que tienen que pasar para traer un bebé a este mundo?

Volviendo al texto en estudio, leemos en ambos pasajes que si es ordenado al hombre a “amar a nuestras esposas”. ¿Por qué Dios tiene que ordenarme amar a mi esposa? Es simple, Él siempre va a saber más de lo que yo pueda aprender y comprender durante toda mi vida. Los hombres no solemos actuar por emoción, sino por instinto y razón. Uno de mis instructores en la Escuela de Predicación solía citar un evento que le ocurrió con su esposa. Al parecer ella sacó el automóvil favorito de su esposo, y tuvo un pequeño accidente. Ella, en su pensar, sabía que esto podía causar algún tipo de molestia o enojo a su esposo. Cuando lo llamó para informarle de lo ocurrido, él le hizo tres preguntas, “¿estás bien? ¿se puede reparar? ¿lo cubre el seguro?”, y una vez ella respondió afirmativamente a esas preguntas, él le dijo, “está bien, no pasa nada, nos vemos luego”, y concluyó la llamada. Muchas de las damas que leen esto pueden estar pensando “¡Qué barbaridad! ¡Qué hombre tan insensible!” Hermanas, no se confundan, el hermano al que me refiero ama a su esposa con todo su corazón, e incluso afirma que no hay mejor esposa de predicador en la historia que ella. Ella le presento un problema, él hizo las preguntas necesarias y recibió la información que le hacía saber que todo estaba bien. Amados hermanos y amigos, a nuestras esposas no les importa si tenemos el carro del año, una mansión, o las llevamos a pasear por el mundo. Eso son solo extras. Ellas lo que esperan de nosotros es que les hagamos saber cuanto nos importan, cuanto las amamos, cuanto nos preocupamos por ellas. En su corazón, la hermana esperaba escuchar algo como “no te preocupes amor, todo va a salir bien, me alegro de que estés ilesa, te amo”. Esas dos últimas palabras deben salir de nuestros labios hacia los oídos de nuestras esposas más frecuentemente.

Hermanos, el apóstol Pablo, inspirado por Dios, nos ha dado la clave del éxito en nuestros matrimonios, amemos a nuestras esposas, y no seamos ásperos con ellas. El término griego traducido como áspero en este pasaje literalmente quiere decir “amargado”. No seamos amargados con nuestras esposas. Algo áspero, según el diccionario es “desagradable al tacto como una piedra o madera no pulida … desapacible al gusto o al oído”[5]. ¿Puede alguien dormir cómodo en una cama cuyas sábanas son como lijas? ¿Cómo reaccionamos ante un olor desagradable? ¿Nos comeríamos una comida amarga – quizás a punto de descomposición? Ciertamente son preguntas retóricas, mas muchos de nosotros quizás caemos en el error de no amar a nuestras esposas como ellas merecen, y somos ásperos con ellas. Nuestro Salvador una vez dijo, “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7), y públicamente hago mi confesión de que he sido áspero en ocasiones con mi bella esposa, y me disculpo por ello. Debo amarla tal como nuestro Señor ama a Su iglesia, y se que no soy el único esposo que está aquí presente o leyendo esto que reconoce esto y se arrepiente de lo hecho. Amando a nuestras esposas como la Biblia nos enseña ciertamente brindará armonía en nuestros hogares.

Los Hijos Deben Obedecer.

Mencionamos lo escrito por Pablo a los hermanos en Éfeso durante la introducción de esta lección, y leímos palabras similares en el texto que estamos estudiando. Tristemente hay muchos allá afuera que solamente se acuerdan de sus madres en un día como hoy, o de sus padres en un día de Junio. Probablemente haya algunos que ni siquiera en esas fechas se acuerdan de ellos.

La Biblia es clara con respecto a la responsabilidad de los hijos para con sus padres. A los hermanos en Colosas Pablo ordena que obedezcan “en todo, porque esto agrada al Señor” (Colosenses 3:20). A los hermanos en Éfeso les ordena que los obedezcan y honren “en el Señor … porque esto es justo” (Efesios 6:1).

Así como comentamos al respecto de la sujeción de las esposas, aplica el mismo principio con los hijos hacia sus padres. Si la ordenanza dada por un padre o una madre hacia sus hijos va en contra de lo que Dios ordena, los hijos no tienen por que llevarlo a cabo. Recuerdo una ocasión en que siendo un niño unos amigos tocaron el timbre de la casa para que yo saliera a jugar con ellos. Le dije a mi madre que les dijera que no estaba en casa, precisamente porque ese día no tenía ganas de salir. Mi mamá fue y les dijo, literalmente, “dice Marlon que no está en la casa”. Pudo haber sido que ella dijo esto sin darse cuenta, o que lo haya pensado y decidido hacer así, lo cierto es que, debido a la vergüenza que pase con mis amigos, decidí salir y no volver a dar esa excusa o mentira jamás. Mi madre me dio una lección de honestidad, quizás sin notarlo. Nuestros hijos necesitan ver un ejemplo de obediencia a Dios en nosotros.

Pablo escribió a los hermanos en Corinto, “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1). Muchas veces nos preguntamos porque nuestros hijos o los jóvenes de la congregación se apartan de la iglesia, y puede ser que la respuesta este frente a nuestros ojos y no la logramos ver. Nuestra actitud y comportamiento quizás no demuestra la actitud y comportamiento de un Cristiano fiel y, por ende, ellos al verlo no le dan la importancia debida a ser siervos del Señor. ¿Cómo podemos decirles a nuestros hijos que nos obedezcan en el Señor, si nosotros no estamos obedeciendo a nuestro Padre celestial? ¿Cómo podemos esperar que nuestros hijos nos honren y respeten cuando no ven esas mismas cualidades en nosotros? Es precisamente por estas razones que el inspirado escritor no lo deja para después, sino que inmediatamente después de dar esta orden a los hijos, aconseja, en forma de reprensión, a los padres. No debemos exasperar a nuestros hijos, y de esta manera no los desalentamos. De allí que nos ordena que debemos “criarlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4).

Tanto nuestros hijos, como nosotros siendo hijos de nuestros padres, debemos comprender que la disciplina es algo bueno. Muchos de los que ya estamos mayores recordamos las palabras de nuestros padres cuando nos decían “ya va a ver cuando tenga sus hijos”, “cuando usted va, nosotros ya hemos ido y regresado dos veces”, etc. El sabio Salomón al escribir el libro de Proverbios nos ilustra con muchas lecciones de un padre hacia un hijo y solo citare tres de ellas,

“Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre” (Proverbios 1:8).

“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.” (Proverbios 22:6).

“Porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere” (Proverbios 3:12)

El escritor a los Hebreos cita el proverbio anterior y además nos enseña que,

“Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:7-11).

Hoy en día, la cultura popular prácticamente pretende “condenar” el disciplinar a nuestros hijos. La Palabra de Dios nos enseña algo distinto. Precisamente de este pasaje podemos comprender que quien es criado sin disciplina es como alguien que es criado sin padre. No tiene un rol ejemplar a seguir. Puede que crezca buscando a esa figura paterna en lugares donde no le encontrará. Será parte de pandillas o consumidor de drogas, o quien sabe qué otras cosas más. Siempre habrá algunas excepciones, pero el hogar requiere estar completo para ser exitoso. La buena disciplina, cuando es ejercida, brinda buenos frutos. El abuso no es disciplina, es maltrato, y desalienta a nuestros muchachos. Necesitamos ejercer un balance, y la mejor fuente para ese balance es la Palabra de Dios.

Dios tiene grandes planes para nosotros. Como padres de familia, también tenemos grandes planes para nuestros hijos. Cuando crecemos, reconocemos los esfuerzos que nuestros padres hacen por nosotros. Ciertamente, el obedecer y honrar a nuestros padres al igual que criar a nuestros hijos en base a la disciplina correcta facilita la armonía en nuestros hogares.

Conclusión.

Solemos cantar una traducción de un himno escrito por Larry Wolfe en 1974 que, originalmente, dice,

“Somos familia que nació de nuevo.
Somos familia cuyo amor es eterno.
Jesús nos salvó, y nos hizo hermanos.
Ahora somos familia, la familia de Dios.”

Hay muchos que valoran su familia terrenal más que la celestial, al punto de abandonar la iglesia. La misión de todo Cristiano no es solamente salvarse así mismo, sino poder ayudar a muchas otras almas a obedecer la verdad de la Biblia y llegar a ser salvos.

Nuestras familias son una hermosa bendición que Dios nos da, y debemos prepararlas a hacer la voluntad de Dios y seguir fieles hasta la muerte. Al comprender que siguiendo nuestros roles en la familia ayudamos grandemente a la armonía de nuestros hogares, podemos ser incluso ejemplo para que otras familias también sigan a Cristo.

  • Esposas, recuerden que deben ser sujetas a sus esposos.
  • Esposos, recordemos que debemos amar a nuestras esposas como Jesús ama a Su iglesia y se dio por ella.
  • Hijos, recuerden obedecer a sus padres en todo lo que agrada al Señor.

Tres simples formas de fortalecer la unidad de nuestros hogares y seguir adelante hacia la hermosa promesa hecha por nuestro Salvador. ¡Qué hermoso es compartir juntos en armonía!

Hoy tienes la oportunidad de gozar estas bendiciones que solo en Cristo puedes recibir (Efesios 1:3, Romanos 6:3-4). Con gusto te ayudaremos con toda duda o pregunta que tengas. Hoy es el día de salvación (2 Corintios 6:2).

¡Dios te bendiga!

 

NOTAS FINALES

[1] “Historia del Día de la Madre en Panamá”, Diario Día a Día, 7 de diciembre de 2014, https://www.diaadia.com.pa/primerplano/historia-del-d%C3%ADa-de-la-madre-en-panam%C3%A1-258639

[2] “armonía”; Diccionario de la lengua española, http://dle.rae.es/?id=3bXmVta

[3] “yakjád”, H3162, Diccionario Strong de Palabras Originales del Antiguo y Nuevo Testamento.

[4] “yajad”, H3162, W. E. Vine, “Diccionario Expositivo de Palabras del Antiguo Testamento”

[5] “áspero”; Diccionario de la lengua española,
http://dle.rae.es/?id=43kQxCT|43ltzcQ

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