Por Philip Tomlin, traducido con permiso por Marlon Retana.
El artículo original, en inglés, se encuentra en este enlace.
Dios ha hecho tantas cosas por nosotros que las damos por un hecho. Entre las primeras de esta lista está el hecho de que Dios ha creado un entorno perfectamente adecuado para nuestras necesidades. Respiramos el aire que nos da sin pensarlo dos veces. Vemos las estaciones ir y venir como un reloj. Cultivamos nuestras siembras y tenemos mucho para comer. Nuestro clima es tan confiable que podemos predecir lo que traerá cada día con una precisión impresionante. El sol sale y se pone sin falta alguna. Vivimos en un mundo que se adapta perfectamente a la vida. Ningún otro planeta puede presumir de esto. ¿Cómo pasó esto? ¿Hemos tenido suerte?¿O somos extraordinariamente bendecidos?
Los científicos han buscado durante siglos por una respuesta a esta pregunta, pero incluso con todos los avances de la tecnología moderna, no están para nada cerca de una explicación. Según la ciencia, tuvimos suerte. Hace varios miles de millones de años, ocurrió una explosión. Dio la casualidad de que un trozo de tamaño perfecto de los materiales perfectos terminó estableciéndose a una distancia perfecta de una estrella del tamaño perfecto, una que no era ni demasiado caliente ni demasiado fría. Entonces, debido a una serie infinita de coincidencias infinitamente imposibles, comenzó la vida. Lo que comenzó como una ameba unicelular se transformó lentamente en las innumerables especies de vida vegetal y animal que observamos hoy. Entonces, para resumir las afirmaciones de la evolución, algo surgió de la nada, luego ese algo cambió a un millón de otras cosas, luego, una vez que todo estuvo bien, el cambio se detuvo. Si esto fuera cierto, sin duda, tendríamos suerte.
Los que creemos en Dios sabemos mejor. Creemos lo que la Biblia enseña sobre la creación. La Biblia no se propone probar la existencia de Dios; simplemente la anuncia. Génesis 1:1 dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra.” El Salmo 33:6 dice: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca.” Dios, el eterno, autoexistente, todopoderoso, Soberano, hizo que el universo existiera. En Su eterna sabiduría, creó un lugar que satisface perfectamente todas las necesidades de Su creación. Esto no fue una coincidencia; fue un milagro. Creó todas las cosas milagrosamente, pero puso en marcha un plan mediante el cual la tierra y todos sus habitantes podrían reproducirse y reabastecer la tierra de una manera natural y no milagrosa. Este sistema perfecto se mantiene en equilibrio por el mismo Dios que lo puso en marcha. Hebreos 1:3 nos dice que Dios “sustenta todas las cosas con la palabra de su poder”. “Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses 1:17). Nos garantizó que podríamos contar con esta creación para proporcionarnos constantemente el entorno de vida perfecto: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (Génesis 8:22).
Tómate un momento, en medio de toda la incertidumbre y ansiedad que presenta este virus, y reflexiona sobre cómo Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para mantener nuestra existencia física. Deja que el cálido sol brille en tu cara. Sé consciente del aire fresco que tenemos para respirar. Disfruta el surgimiento de una nueva primavera. Huele las flores. Escucha a los pájaros cantando. Ve a pescar. Y date cuenta de que toda esta belleza y funcionalidad no es más que uno de los maravillosos regalos de Dios para nosotros. No tenemos suerte; somos bendecidos.