Por Allen Webster, traducido por Moisés Pinedo,
y publicado en nuestro sitio web con permiso de los hermanos de House to House, Heart to Heart.
El artículo original, en inglés, se encuentra en este enlace.
Cuando se le preguntó a una mujer, “¿Has amontado ascuas de fuego en la cabeza de tu enemigo?” (pensando que ella recordaría Romanos 12:20: “…si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”), ella respondió: “No, ¡pero he tratado agua hervida!”.
El resentimiento y la venganza son dos ingredientes para una vida miserable. La persona feliz da, perdona y agradece. La Biblia enseña que somos “perdonados para perdonar”.
Debemos perdonar para ser como Dios (cf. 1 Pedro 1:15-16).
Alguien dijo: “Cuando matamos nos parecemos más a las bestias; cuando juzgamos nos parecemos más a los hombres; cuando perdonamos nos parecemos más a Dios” (cf. Efesios 1:7). Alexander Pope dijo: “Errar es humano; perdonar es divino”. No hay meta superior que ser como Dios y Su Hijo Jesús—¡y Ambos son perdonadores! Un apóstol dijo: “[E]stas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo… Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él” (1 Juan 2:1; 3:5; cf. Isaías 53:5).
Debemos perdonar para agradar a Dios.
Dios nos mandó a perdonar a otros (Marcos 11:25-26; 1 Corintios 14:20; Efesios 4:32; Colosenses 3:13), y no hay mandamientos que no sean esenciales en la Biblia (Apocalipsis 22:14; Juan 14:15). Si alguien rechaza perdonar, Dios le rechazará (Mateo 7:24-27; Hebreos 5:8-9). El perdón no es opcional. Rechazar esto no es una ofensa menor que rechazar participar de la comunión, rechazar el bautismo o ser infiel al cónyuge.
Debemos perdonar para que Dios nos perdone.
Jesús dijo: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14-15). Ya que todos necesitamos perdón, todos debemos perdonar. Un corazón cerrado para perdonar también es un corazón cerrado para recibir perdón.
- José perdonó a sus hermanos (Génesis 45:5-15).
- Moisés perdonó a María y Aarón (Números 12:1-13).
- David perdonó a Saúl (1 Samuel 24:9-22).
- El padre perdonó al hijo pródigo (Lucas 15:20-24).
Tal vez la mejor ilustración del perdón sea la parábola en Mateo 18:23-35. Jesús contó acerca de un siervo que debía a un rey 10,000 talentos (una cantidad inmensa equivalente a 10 millones de dólares). Josefo, un historiador del primer siglo, registró que los impuestos anuales de toda la región de Palestina eran solamente 800 talentos. Obviamente el hombre no podía pagar la deuda, así que el rey mandó que se vendiera al siervo, a su esposa y a sus hijos para que se pudiera redimir algo de la deuda. El siervo cayó a los pies del rey y le rogó diciendo: “Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo”. ¡El rey sintió compasión y le perdonó toda la deuda!
Luego el mismo siervo salió y encontró a su consiervo que le debía 100 denarios—una cantidad pequeña de algo de 15 dólares (solamente 1/600,000 de 10,000 talentos). Él puso sus manos en el cuello de su consiervo, tratándole de ahogar y diciéndole: “Págame lo que me debes”. El consiervo se postró, rogándole: “Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo” (¿suena esto familiar?). Pero el siervo no tuvo misericordia, sino hizo que se lanzara al consiervo en la cárcel hasta que pagara la deuda. Cuando otros siervos vieron esto, se entristecieron y reportaron al rey lo que había pasado.
El rey entonces dijo al siervo a quien había perdonado la gran deuda: “Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?”. El rey estuvo tan molesto que le entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Jesús concluyó la parábola con este punto: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas”. Aparentemente la persona que dice, “No puedo perdonarte por eso…”, no se da cuenta del peligro en el cual está poniendo a su alma.
Debemos perdonar para ser felices.
Si albergamos resentimiento, amargura, odio y desconfianza en nuestros corazones, seremos miserables. El perdón causa gozo (Salmos 32:1), pero debe ser perdón completo. Spurgeon dijo: “Perdone y olvide. Cuando entierra a un perro loco, no deja su cola afuera”. Cuando perdonamos, debemos enterrar el resentimiento y todo. Cuando barremos el piso, no dejamos el polvo detrás de la puerta. Alguien dijo: “El resentimiento es algo que no mejora cuando se lo alimenta”. Para tener paz mental, debemos evitar guardar un registro para recordar las ofensas (cf. Hebreos 8:12; 10:17).
La Guerra Civil dejó una corriente trágica de amargura, odio y resentimiento en los Estados Unidos. Las heridas que la guerra causó fueron profundas y dolorosas. Aunque ya no se escuchaban las armas, el rencor continuaba. Muchos no estaban dispuestos a perdonar y olvidar lo que se había hecho. Alguien que rechazó participar en este juego de amargura fue el General Robert E. Lee. Aunque Él había liderado al ejército de la confederación por una gran parte de la Guerra Civil, instó a la reconciliación entre el Norte y el Sur. Se opuso al levantamiento de monumentos de la Confederación ya que estos conservaban la pasión de la guerra. Mientras visitaba un hogar en Lexington, Virginia, donde vivió después de la guerra, se le llevó a la huerta donde la dueña le mostró un tronco destrozado de lo que una vez había sido un árbol hermoso. Ella explicó con amargura que las tropas de la Unión destruyeron su propiedad. Pensando que recibiría palabras de lastima, esperó que Lee compartiera su sentimiento de ira. Finalmente Lee dijo: “Córtelo, señora, y olvídelo”.
¿Cuántos de nosotros tenemos algo que “cortar y olvidar”? Pablo escribió: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14). También añadió: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” (Efesios 4:31). Moisés escribió: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18). Santiago dijo: “Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados” (5:9). Los muchos “troncos” producirán una “huerta de amargura”.
Thackeray y Dickens, dos grandes expertos literarios ingleses del siglo XIX, se convirtieron en rivales. Después de años de odio, se vieron accidentalmente en Londres. Se hablaron fríamente, y luego voltearon para irse. Llevado por un impulso, Thackeray volteó y tomó la mano de Dickens. Dickens se conmovió por el gesto, y ellos se apartaron sonriendo y poniendo fin al antiguo celo. Después de pocos días, Thackeray murió; la próxima vez que Dickens le vio, Thackeray estaba en una tumba. Al relatar la historia, un escritor señaló: “¿No cree que es bueno buscar el perdón ahora?”.
¿Hay alguien a quien usted necesita ofrecer perdón?