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Una Perspectiva Cruciforme sobre El Mal y El Sufrimiento

Por Chet Duke, traducido con permiso por Marlon Retana.
El artículo original, en inglés, se encuentra en este enlace.

 

El mal y el sufrimiento son problemáticos. Sospecho cada vez más de las respuestas simplistas que ofrecen las personas a los problemas del dolor (humano y no humano), la pobreza, la injusticia, etc. Además, no preveo un descubrimiento de respuestas universalmente satisfactorias a la pregunta del “por qué” del mal y el sufrimiento. Por “satisfactorio” no me refiero a las respuestas a si el problema lógico del mal (es decir, la existencia de un Dios del todo bueno, todo poderoso y omnisciente ante el mal) es realmente un problema; en cambio, me refiero a “satisfactorio” en el sentido de las respuestas que reducen drásticamente el impacto o minimizan el aguijón del mal en nuestras vidas. Numerosos teólogos y filósofos contemporáneos han intentado demostrar que la existencia del mal no es lógicamente inconsistente con la existencia de Dios. Marilyn McCord-Adams, Alvin Plantinga, John Hick y Peter van Inwagen son solo algunos de los pensadores seminales a considerar. Aquellos que tienen un serio interés en el problema del mal deben invertir tiempo en un compromiso serio con la literatura en este frente. Pero incluso la teodicea o la defensa más sólidas a nuestra disposición no pueden aliviar el sufrimiento de perder a un hijo, la falta de vivienda, el genocidio, el tráfico sexual, la infidelidad, etc. Dicho esto, admito desde el principio que, si bien creo que Dios existe y está actualmente comprometido en un trabajo redentor en un mundo marcado por el mal, esta creencia no disminuye el mal y el sufrimiento en el mundo.

En lo que sigue, ofrezco cuatro breves reflexiones sobre cómo la cruz da forma a una perspectiva cristiana sobre el mal y el sufrimiento. Yo llamo a esto una perspectiva “cruciforme” (en forma de cruz) sobre el mal. Lo que tengo en mente tiene menos que ver con reconciliar la existencia de Dios con el mal y más con mantener una perspectiva en forma de cruz sobre la realidad del mal. En otras palabras, me preocupa el tipo de mentalidad que adoptan los Cristianos ante el mal y el sufrimiento. Creo que una perspectiva adecuada y una orientación hacia el mal y el sufrimiento es esencial para el trabajo de la justicia y la reconciliación. Mientras que mis reflexiones solo resaltan la forma en que la cruz da forma a una perspectiva cristiana sobre el mal y el sufrimiento, espero que nos alienten a cada uno de nosotros a reconsiderar nuestra propia perspectiva y orientación hacia el mal y el sufrimiento del mundo.

(De aquí en adelante uso “mal” y “sufrimiento” como sinónimos, a menos que se indique lo contrario)

La cruz nos asegura que el mal y el sufrimiento son reales.

Si bien es probable que muchos encuentren este primer punto claramente obvio, no es una creencia compartida universalmente, incluso dentro de la cristiandad, que el mal es real. Algunos creen que el mal es meramente ilusorio, una categoría impropia del pensamiento humano. Si bien alguien que tiene una opinión como esta podría tener nobles intenciones, encuentro que este enfoque es mucho más preocupante que convincente. Cristo ciertamente sufrió en la cruz. No evitó ni minimizó la angustia del Calvario. Cualquiera que esté decidido a explicar el sufrimiento -mucho menos el sufrimiento de Jesús- por el bien de su fe, no logra captar el significado de la cruz. Una teología que tome en serio el sufrimiento de Jesús tomará en serio la situación del mundo.

La cruz nos recuerda que nadie está exento del mal y del sufrimiento.

La cruz demuestra una propensión hacia el mal que está presente en el corazón humano. Que los creyentes reconozcan esta capacidad de maldad es crucial, porque los lleva a reflexionar cuidadosamente sobre sus propios roles, ya sea perpetuando o erradicando los males en el mundo. Además, la cruz es un símbolo de nuestra propia mortalidad, un sobrio recordatorio de que la muerte nos espera a cada uno de nosotros. La vida parece más preciosa para las personas cuando han presenciado y/o experimentado el mal. Cuando reflexionamos sobre el sufrimiento de Jesús, nos vemos obligados a considerar nuestra propia mortalidad, carácter y calidad de vida.

La cruz asegura que aún en medio del mal y el sufrimiento, todavía tenemos esperanza.

Mientras que la cruz es una afirmación de que el mal no es una ilusión, la cruz asegura que el mal no puede sofocar la esperanza. No pretendo sugerir que los Cristianos deberían hacerse de castillos en el aire, un falso optimismo ante el mal. “Todo va a estar bien”, es quizás lo peor que una persona de fe podría decirle a alguien en las trincheras de dificultad. En cambio, en medio del sufrimiento, la cruz es una afirmación de que la vida todavía puede ser profundamente significativa. Este es un tema prominente en la segunda carta de Pablo a Corinto (2 Corintios 1:3-11). La historia del trabajo redentor de Dios tiene lugar en medio de vidas y comunidades forjadas por la tragedia, y la cruz es el principal ejemplo de la medida en que Dios puede sostener la esperanza del sufrimiento.

La cruz demuestra la perseverancia del amor.

El apóstol Pablo dice que el amor soporta todas las cosas. La cruz demuestra que el mal y el sufrimiento no pueden infringir el amor de Dios por la creación, ni el mal y el sufrimiento pueden determinar hasta qué punto el amor sufre dificultades. Cristo quiere la reconciliación con el mundo, incluidos aquellos que lo desprecian y lo rechazan. Una perspectiva cruciforme sobre el mal considera las formas en que los humanos pueden expresar amor en sus respuestas a la tragedia.

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