Hay un dicho común, “de tal palo, tal astilla”. Aunque a menudo pensamos en ello, vemos cómo algunas acciones o gestos de nuestros hijos son copiados según lo que ven y aprenden de nosotros, sus padres. Como Cristianos, siendo hijos de Dios, debemos mostrar a este mundo lo que continuamente aprendemos de nuestro Padre celestial.
El apóstol Pablo escribió,
“Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos” (1 Tesalonicenses 5:15)
Vamos a meditar sobre este texto por un corto tiempo,
Pagar mal por mal.
Como parte del Sermón de la Montaña, nuestro Señor y Salvador Jesucristo enseñó a los judíos que estaban presentes allí,
“Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses” (Mateo 5:38-42).
Jesús a través de simples palabras proporcionó una explicación clara de cuál es el plan de Dios hacia el hombre, que ciertamente no es lo que el hombre piensa. Él citó la ley cuando dijo “Ojo por ojo, y diente por diente” (Éxodo 21:24, Deuteronomio 19:21, Levítico 24:20), pero, los judíos no estaban practicando lo que Dios aprobó de su ley, sino la tradición que guardaron durante las generaciones. Es por eso que Jesús les explicó a ellos en ese momento, y a nosotros a través de las Escrituras hoy, lo que es correcto de acuerdo a la voluntad de Dios. La ley buscaba una respuesta al crimen a través de un proceso judicial, y no a través de represalias individuales o personales, como la tradición pervertida de los judíos estaba enseñando. Por “no resistáis al que es malo”, Él no quiere decir que aquellos que nos hacen mal deben recibir el mismo tipo de mal de nuestra parte. No se trata de luchar el fuego con más fuego, sino de extinguirlo.
También es interesante ver cómo el mundo de hoy sigue diciendo que debemos “dar la milla extra” en el sentido de que debemos esforzarnos más al hacer algo. Nuestro Señor no nos dice que demos la milla extra, sino que dupliquemos la que ya estamos dando. No se trata de añadir una más, sino de duplicar la ya dada.
El Señor nos da más detalles sobre cómo lograr esto en los siguientes versículos,
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:43-44).
El apóstol Pablo continua esta enseñanza en su carta a los Romanos,
“Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:20-21).
No luchamos fuego con fuego, porque hará que el fuego sea más grande, pero lo combatimos con agua para calmarlo y finalmente, lo extinguimos. La única manera de vencer el mal no es haciendo cosas malas como retribución, sino haciendo las cosas buenas que Dios nos enseña a través de Su Palabra.
Seguid siempre lo bueno.
Debido a que Noé siguió lo que era bueno, él y su familia fueron los únicos supervivientes del diluvio (Génesis 7:23; 1 Pedro 3:20). Abraham hizo lo que era bueno obedeciendo a Dios, hasta el punto de llevar a su amado hijo al altar y estar listo para sacrificarlo (Génesis 22), y al hacer esto y otras cosas buenas, la Biblia nos enseña claramente que, le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios (Santiago 2:23).
Dios nos creó a su imagen y semejanza (Génesis 1: 26-27), y nos ama tanto que dio a su Hijo unigénito (Juan 3:16) para el perdón de nuestros pecados, y no sólo los nuestros, sino los del mundo entero (1 Juan 2:2). Nuestro Salvador y Redentor Jesucristo continuando enseñando en el Sermón de la Montaña,
“Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:45-48).
¡Debemos seguir lo que es bueno porque es lo correcto!
En la carta a los Hebreos, capítulo 11, se nos proporciona registros de hombres reales, no personajes de un cuento de hadas, que vivieron en este mundo, como lo hacemos hoy, y que hicieron cosas buenas por su fe en Dios. El escritor de esta carta escribió maravillosamente,
“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).
¿Le estamos buscando diligentemente? ¿Estamos siguiendo lo que es bueno? ¿Estamos haciendo lo que Él nos mandó a hacer? Recordemos las palabras escritas a los de Galacia,
“Porque cada uno llevará su propia carga. El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye. No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe [énfasis añadido]” (Gálatas 6:5-10).
Estas palabras fueron escritas por el mismo escritor que les dijo a aquellos que estaban en Roma,
“El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno … No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor [todo énfasis añadido]” (Romanos 12:9, 17-19).
No podemos ser hipócritas, el apóstol Juan nos dice cómo, si no podemos amar a nuestro hermano o hermana a quien podemos ver, ¿cómo podemos amar a Dios a quien no podemos ver? (1 Juan 4:20). Nuestro Señor Jesucristo nos dijo que debemos volver la otra mejilla, y el apóstol Pablo continúa esa enseñanza diciéndonos que debemos vivir pacíficamente con todos los hombres. No podemos buscar la venganza y, ciertamente, no podemos esperar que Dios nos vengue en el sentido de desear el mal a nuestros enemigos, sino en entender que, en el Día del Juicio, cada uno de nosotros, justo o injusto, estará en el asiento, esperando que nuestro Creador nos haga saber dónde pasaremos nuestra eternidad.
Estimado lector, cada vez que tengas una oportunidad, lee todo el capítulo 12 del libro de Romanos. En éste, el apóstol Pablo provee acciones simples que debemos hacer para ser transformados según la Palabra de Dios y no conformados con las tradiciones de este mundo perverso (Romanos 12:1-2).
Dios tiene grandes planes para todos nosotros, y Él claramente declaró en Su Palabra que él no quiere que hagamos mal por mal, sino que sigamos lo que es bueno (1 Tesalonicenses 5:15). ¡Él es el Padre que protege, guía y ama a Sus hijos! También es deseo de Dios que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9), para volver a casa, con Él y con la familia que Él provee a Sus hijos fieles.
Si necesitas volver a Él, háznoslo saber, estaremos más que encantados de ayudarte a volver a casa.
¡Dios te bendiga!